Para nosotros, el objeto más importante del cielo es el Sol, porque origina el clima terrestre y posibilita la vida. Sin embargo, es una estrella corriente, como los otros miles de millones de la Vía Láctea.
Al igual que otras estrellas, el Sol es una enorme bola de gas caliente, compuesta sobre todo por hidrógeno (92,1%) y helio (7,8%). En su núcleo, las altas temperaturas y presiones fusionan el hidrógeno en helio liberando energía que se eleva lentamente hasta la superficie y que permite que el Sol brille.
El calor y la luz solar son dañinos para la vista, por ello los astrónomos utilizan telescopios con filtros especiales para estudiar su superficie, llamada fotosfera. La fotosfera está dividida en gránulos, células formadas por corrientes de gas emitidas desde el interior del Sol. Hay pequeñas zonas oscuras intermitentes llamadas manchas solares y bucles gigantes de gas que salen de la superficie denominados protuberancias. A veces, se producen erupciones solares, potentes explosiones naturales en la fotosfera.
El Sol no ha llegado ni a la mitad de su vida, le quedan 7000 millones de años hasta agotar el hidrógeno que transforma en helio; antes, se hinchará hasta ser una gigante roja y se deshará de sus capas exteriores, convirtiéndose en una enana blanca.
Para casi todo el mundo, la Tierra parece enorme y la vida se centra en la familia y los amigos íntimos. El estudio de las estrellas y los planetas, la astronomía, va más allá de este mundo familiar y tiene una visión distinta: Investigar como encaja la Tierra en el universo.
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